Nuestra meta es un corazón puro, sin mancha del mundo. Un objeto puro es limpio y sin impurezas. Un corazón puro no tiene divisiones ni está fragmentado, no tiene otros propósitos o principios. No permite distracciones que lo desvíen de su meta de consagración.
Necesitamos entender que estamos diseñados para servir al Señor con especial dedicación y afecto. Cualquier cosa menos que esto es pecado y rebelión. Cualquier cosa que nos distraiga del Señor es un ídolo.
La pureza del corazón va más allá de la aprobación exterior, directo al mismo núcleo de nuestros afectos y preferencias.
Muchos pastores o padres estarían satisfechos solamente con la manera conservadora con la que sus seguidores realizan sus actividades. En todo caso, el Señor mira el corazón.
Pero el Señor dijo a Samuel: “No mires a su apariencia ni a lo grande de su estatura, porque yo lo he desechado; porque Dios no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira la apariencia exterior, pero el Señor mira en el corazón (I Samuel 16:7).
En este sentido, tenemos una misión casi imposible delante de nosotros. ¿Quién puede conocer el corazón del hombre? Desde nuestra juventud, no tenemos sino necedad en nuestros corazones. Proverbios 22: 15 dice “La necedad está ligada al corazón del muchacho”.
Solamente Dios conoce realmente nuestros corazones. “Perdona, y da a cada uno conforme a sus caminos, cuyo corazón Tu conoces por que sólo Tu conoces los corazones de los hijos de los hombres” (2 Crónicas 6:30). “El corazón es más engañoso que todas las cosas y es perverso; ¿Quién lo conocerá? (Jeremías 17:9)
Sin embargo, por el obrar del Espíritu, nosotros deberíamos, como sus hijos, en alguna medida ser capaces de probar la limpieza de nuestro corazón. Juan dice: “Amados, si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios” (1 Juan 3:21).
Estamos desesperados que Dios haga el primer movimiento y reserve un corazón para Él.
“Y Yo les daré un corazón para que Me conozcan, porque Yo Soy el Señor; y me serán por pueblo, y Yo Seré su Dios, porque se volverán a Mí con todo su corazón” (Jeremías 24:7).